La Sonrisa del Triunfo

Toda historia que se cuenta en el sofá morado es importante para mí como odontóloga y mucho más como persona, ya que de ellas aprendo constantemente. Pero la historia de hoy quedó marcada en mi mente por tratarse de una niña, que cambió sus juguetes por los patines, esos patines que se convirtieron en su regalo favorito y que hicieron que conociera el triunfo a temprana edad, un triunfo que hoy se veía opacado por un problema dental.

Como me lo comentó su madre, el problema comenzó cuando ella tenía entre 5 ó 6 años, debido a que por el consumo de medicamentos, especialmente de antibióticos, sus dientes en proceso de formación, cambiaron de color y se formó en ellos una manchas de color café, especialmente en los incisivos (dientes delanteros), manchas que muchas  veces se confunden con caries.

Aún así, la niña continuaba cosechando triunfos como patinadora, pero esta felicidad no podía ser expresada con una sonrisa al recibir sus medallas, sus dientes se veían manchados y eso no solo le molestaba a ella, sino que sus compañeros siempre le decían: “¿qué tienes en los dientes?” “¿Por qué no te lavas los dientes?“ y “¡¡que dientes tan feos!!“, comentarios que le afectaban tanto, que decidió no salir y procurar no hablar en muchos casos.

Su mamá acudía a cuanto odontólogo le recomendaban y todos se negaban a hacerle un diseño de sonrisa, ya que éste solo está recomendado para personas mayores de edad y ella tan sólo tenía 13 años. No obstante lo anterior y después de escucharlas, decidí hacerle una evaluación exhaustiva.

La niña estaba afectada no sólo física sino psicológicamente, por lo cual decidí que se me autorizara el cambio de aspecto de los dientes, es decir el color, sin tocarle la forma y tamaño de los mismos, idea que fue aceptada por su madre y de inmediato firmó el consentimiento para hacer el procedimiento.

Al cabo de una semana, recibí la mejor recompensa que puede tener un odontólogo u odontontóloga, una bella sonrisa y un abrazo “rompecostillas” de agradecimiento.  Su rostro se iluminó, las lágrimas rodaron por sus mejillas y el espejo reflejaba un rostro nuevo, el rostro de una adolescente dispuesta a seguir triunfando.

El sofá morado la volvió a recibir a los seis meses, con una actitud diferente, ella misma quería contarme su última competencia, no se tapaba la boca, estaba no sólo tranquila, sino feliz, y su mamá también.  Y yo me sentía satisfecha de haber ayudado a que una niña fuera feliz, por eso dejaba que ella hablara y me contara sus anécdotas, esas que espero poder seguir escuchado y escribiendo como HISTORIAS DE SOFA.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *